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miércoles, 4 de marzo de 2009

Para salvarse hay que juntarse y arremangarse *


Por el P. Jorge Lestani *
Ante la crisis internacional que apenas ha golpeado aunque nos espanten las consecuencias que ya se ven y que parece aún no dar parámetros de finalización es una bocanada de aire fresco la presencia intempestiva de la Presidenta de la Nación en la reunión del Gobieno Nacional con la Mesa de Enlace de las entidades agropecuarias y el acta-acuerdo que inicia un camino de diálogo que da esperanzas a futuro para comenzar a hacerle frente.

Es cierto que hemos perdido muchos meses de progreso, como así también muchas oportunidades de posicionarnos en un mundo que inexorablemente va a cambiar luego de esta crisis y será distinto, quiera Dios que mejor. Pero quizás la herida más grande no sean los resultados prácticos de estos encuentros de diálogo sino la desconfianza que se generó durante meses entre la sociedad y su gobierno.

Es positivo, entonces, que la máxima autoridad se siente a la misma mesa de quienes reclaman. No debe verse esto como un signo de debilidad sino, ante todo, como un fortalecimiento institucional. Hablando en criollo, no se puede solucionar los problemas sin reconocerlos y sin tomar el toro por las astas.

Ahora bien: luego de todas las idas y venidas, luego de las declaraciones cruzadas que son seguidas casi como un folclore discursivo por la gente, luego de manifestaciones de bronca contenida como las que jalonaron todo este año tan difícil, es oportuno que nos invitemos todos a otra actitud. Dolorosamente hemos aprendido que la confrontación lo único que logra entre hermanos es aquello que denunciara José Hernández a fines del siglo XIX: “Si entre ellos se pelean/los devoran los de afuera”. Y nos devoraron los mercados, las oportunidades, las posibilidades de desarrollo. Brasil fue infinitamente más “vivo” que nosotros para encarar soluciones y hoy tiene otras perspectivas enormemente favorables.

Ya aprendimos que la polémica nos destruye, que armar un superclásico con los temas que nos preocupan lo único que hace es dividirnos más hasta teminar en la imbecilidad de cantar el mismo himno nacional en dos lados distintos para darnos palos en los discursos después y andar sumando para ver quién sumó más gente y si ésta estuvo paga o vino espontáneamente. (!!!)

Creo sinceramente que, muy por encima de los tiempos electorales (cuyo realce en Argentina es una de las mayores zonceras de su idiosincracia porque no persigue la elección de ideas sino la de caudillos) la necesidad de un aprendizaje del diálogo y la comunión de espíritus tanto en el disenso como en el consenso es clave para encarar una de las situaciones más difíciles que socioeconómicamente nos toque vivir.

Desde ese juntarse a debatir, a dialogar franca pero fraternalmente, sin imposiciones ni mezquindades es como saldrán las soluciones que nos están haciendo falta. El problema del sector agropecuario ha sido un muestrario de todas las miserias humanas que la política puede engendrar. Pero también es una oportunidad para darnos cuenta de cuánto nos necesitamos unos a otros cuando nos decidimos a formar una Nación.

Desde la mirada de fe propia de mi ser sacerdotal no me caben dudas de que Dios ha acompañado y ha intervenido en nuestra historia varias veces en este tiempo argentino. Es casi un milagro que en todo este tiempo no haya corrido sangre entre hermanos. Ha sido una experiencia inolvidable aquella sesión del Senado que torciera la resolución 125. Como la reunión de estos días entre el gobierno y las entidades agropecuarias con la sorpresiva visita de la Presidenta.

El diálogo comenzó y no está terminado porque faltan resolver muchos temas, entre ellos la desconfianza, a mi juicio el más importante, pero también otros que llevaron al endeudamiento de los productores más chicos como las retenciones, la promoción a la producción, la búsqueda de alternativas económicas como la frutihorticultura y el rescate de los principios del cooperativismo entre otras, la recuperación de la industria de la maquinaria agrícola hoy cuasifunfida, etc., etc.

Pero el diálogo comenzó, y --suena increíble decirlo-- no es poco. Como dice la canción popular, “para salvarse hay que juntarse” y ARREMANGARSE después. No hay otra manera de progresar. No hay otra forma de construir una Nación que hacerlo entre todos y con trabajo, un trabajo respetado por la autoridad y ejecutado con sacrificio por los ciudadanos.

Más nos vale comenzar, porque la depresión económica que avanza en el mundo no perdona y mata empresas, empleos e incluso estructuras económicas y no discrimina países ni poderío financiero de ninguna naturaleza. Ah, y no sabe de elecciones ni de luchas partidarias tampoco.
* www.jorgelestani.blogspot.com – 04/02/2009